Impulsada por la iniciativa de denunciar el acoso sexual, en este nuevo Día Internacional de la Mujer, #metoo circula como reguero de pólvora procurando descorrer el velo que todavía encubre el atosigamiento padecido por tantas mujeres sujetas a relaciones de poder despóticas y arbitrarias. Efectivamente, la condición de “segundo sexo” sigue pendiendo sobre la actualidad y destino del género femenino, en un abanico amplio de escenarios que van desde la intimidad del hogar hasta contextos más visibles como consejos directivos, sets de filmación y cámaras de representantes. Y así, aplausos a esta nueva iniciativa, que no solo suma en pos de una mayor visibilidad de la aún indigente isonomía entre los sexos, sino que también ofrece a muchas mujeres la contención necesaria para animarse a desenmascarar a personas y hábitos que perpetúan el acoso y la dominación abusivas, propias de una mentalidad patriarcal vetusta y sectaria. Sin embargo, y como todo lo que trasciende, #metoo ya desató también controversias: entre ellas, una carta firmada por un centenar de intelectuales y artistas francesas que manifiestan sus reparos respecto a esta campaña que, a su parecer, anima al puritanismo que coarta la libertad sexual y convierte a la mujer en “víctima eterna”. Simbólicamente publicado en el día del 110 aniversario de Simone de Beauvoir, éste manifiesto alude a esa delgada línea roja que separa el empoderamiento de la victimización. Para empoderarse genuinamente, la mujer debe dejar de percibirse a sí misma como víctima para asumirse como ser autónomo y libre, capaz de confrontar, vencer y cambiar las diversas desavenencias que le deparan su ser y estar en la vida. Y si bien la militancia en comparsa es un poderoso catalizador, la voluntad de poder solo es verdaderamente alimentada en el trasfondo más personal, a partir del cual nos podemos concebir como artífices auténticos de nuestra propia existencia.

Porque, si bien es cierto que las masas insuflan un sentimiento de omnipotencia, clave para estimular el empoderamiento de los más oprimidos, también se caracterizan por ser sumamente influenciables y propensas a incurrir en planteos simplistas y extremismos irracionales y despóticos. Las dos caras de la misma moneda: tal como lo intuyó Lao Tzu en su maravilloso poema, pensar en términos de oposición excluyente nos lleva a incurrir en percepciones e ideas falaces y contrarias a esa Gran Razón que rige al universo y que fluye a través de una lógica inclusiva, donde los contrarios, lejos de excluirse, se complementan. Mas como occidentales, herederos de la lógica aristotélica, claudicamos ante la contradicción, simplificando la complejidad y contemplando miopemente sólo una cara de aquella moneda. Y, entonces, hoy es necesario reflexionar acerca de si éste podría ser el caso en la polémica desatada por #metoo: vemos claramente los beneficios de esta masificada iniciativa, pero ¿cuán conscientes somos de sus posibles efectos despóticos, injustos y limitantes?

En La llama doble, Octavio Paz argumenta que los comensales del Banquete de Platón se habrían restregado los ojos frente a una realidad donde el erotismo es absorbido por el debate político, transformándolo en un derecho y ya no en una pasión. Sugiriendo la necesidad de trazar un límite entre la intimidad de la pulsión amorosa y la legalidad de lo públicamente convenido, Paz augura a un Eros cada vez más desahuciado.

Ahora bien, clarísimo está que existe una brecha abismal entre el amor y el carácter infame de cualquier forma de abuso o acoso sexual, y por esto es necesario que ambas perversiones sean debatidas y reguladas en la polis. Sin embargo, y si como afirmó Séneca, la estupidez es el atributo de un ser humano sin pasiones, estamos obligados a auscultar cuidadosamente los impulsos devastadores, violentos y arbitrarios, para distinguirlos de ese arrebato apasionado que nos impulsa a franquear los límites de que nos separan del ser amado. Esto, si no queremos encarnar la famosa sentencia de Orwell en 1984: “Libertad es la libertad para decir que dos más dos son cuatro”. Porque si bien válido en un teorema matemático, en el dominio de Eros dos más dos puede ser cuatro, nueve, veinticuatro, o cualquier cifra que propicie el encuentro y la comunión con ese otro al cual nos sentimos atraídos e impulsados.

Cuenta San Mateo en la Biblia que declarando, “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios”, Jesús quiso subrayar la necesidad de observar las fronteras que separa el reino de Dios del reino de lo humano. Esto, para poder distinguir lo que es justo y legítimo dentro de cada contexto, y así gozar de la libertad de saber cuándo, dónde y a quién responder con un cuatro, nueve o veinticuatro. Porque mientras el César, guiado por la mesura, garantiza el acatamiento de las normas pautadas dentro de la comunidad que hacen posible la justicia, libertad e igualdad políticas, el trovador, espontáneamente, improvisa formas y medios que trasciendan el lenguaje consensuado, provocando el asombro y propiciando ese encuentro con un otro que dona a la existencia un sentido único, irrepetible y profundamente profesado. Destinados a abrazar nuestra humana complejidad y la multitud de sentidos inherente a cada una de nuestras revelaciones, debemos vigilar las potestades que concedemos al César, comprendiendo que hay una dimensión de lo humano donde la legitimidad política aplicada puede devenir en tiranía. Porque mientras más ocupados estamos definiendo y aplicando modelos de lo “políticamente correcto”, el amor –la pasión más natural del hombre a juicio de Pascal- postergado agoniza en la periferia de nuestro ordenado reinado.

Charles Fourier, filósofo francés del siglo XIX, para quien el grado de civilización de una sociedad es siempre proporcional al grado de independencia gozado por las mujeres en ella, vio en el cielo el modelo de la ciudad de los justos y felices, y a partir de la ley de atracción de los astros de Newton, encumbró la misión del trovador argumentando que no es el interés sino la atracción pasional lo que debe regir las relaciones entre los seres humanos.

Magdalena Reyes Puig

Licenciada en Filosofía

Licenciada en Psicología

Link al artículo en la página web de El Observador: https://www.elobservador.com.uy/al-cesar-lo-que-es-del-cesar-y-al-trovador-lo-que-es-del-trovador-n1180165